La Oración del Nombre de Jesús
por Luis Fernando Figari
La `oración
a Jesús´, conocida también como `oración del corazón´ es una breve fórmula piadosa, Señor Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí, algunas veces con el añadido: pecador,
repetida en el marco de un método. Hay algunos entusiastas que quieren
hacer retroceder su origen hasta los apóstoles, pero, al parecer, no es
posible encontrarla, con sus características actuales, antes del siglo
XIII.
Sin embargo, teniendo
en cuenta la naturaleza de la `oración a Jesús´,
se pueden descubrir sus orígenes en el ambiente de búsqueda
de una oración continua que sella intensamente la historia
espiritual de los primeros siglos cristianos, particularmente el peregrinar
de los Padres del desierto. Es doctrina común del monacato primitivo
la búsqueda del ideal de la oración continua. Se dice
de San Antonio de Egipto (c.250-356), quien ha pasado a la historia
como `el padre de los monjes´, que «rezaba constantemente, pues había
aprendido que era necesario rezar incesantemente en privado». La aspiración
a una oración incesante se nutre de orientaciones como
las de San Pablo que exhorta a vivir «perseverantes en la oración»
(Rom 12, 12) y a orar «sin cesar» (1Tes 5, 17).
Los ejercicios de
la memoria o presencia de Dios y el combate contra pensamientos
dañinos, así como la `meditación secreta' (krypte
melete), como metódica y constante repetición, oral
o mental, de una oración o frase corta o de una sentencia de
la Sagrada Escritura, son el medio donde, a través de un largo
proceso histórico, nace y se impone como fórmula privilegiada
la `oración a Jesús´. Ireneo Hausherr, notable
estudioso del tema, sostiene que la `oración´ es una fórmula
abreviada que sintetiza la espiritualidad monástica de pénzos:
lamentación, tristeza, dolor por los propios pecados.
Las
jaculatorias
La repetición
de jaculatorias, oraciones cortas, para alabar al Señor,
obtener ayuda o para implorar perdón, se descubre en la temprana
tradición cristiana. Ya en tiempos de Casiano (c.360-435) se
va enlazando esta práctica con el propósito de alcanzar
la oración continua. Otro testigo, de los numerosos que se pueden
aducir, es San Juan Crisóstomo (c.344- 407), quien recomienda
la repetición frecuente y sucesiva de unas mismas breves palabras.
Sin embargo, la explícita invocación al Señor Jesús,
como en la `oración´, no está necesariamente ligada a
esta difundida práctica. Existe una gran libertad en la elección
de la sentencia que se repite buscando la comunión con Dios.
Así, por ejemplo, el mismo Casiano recomendaba en sus Colaciones:
«Si queréis que el pensamiento de Dios more sin cesar en vosotros,
debéis proponer continuamente a vuestra mirada interior esta
fórmula de devoción: Ven, oh Dios, en mi auxilio, apresúrate,
Señor, a socorrerme. No sin razón ha sido preferido este
versículo entre todos los de la Escritura. Contiene en cifra
todos los sentimientos que puede tener la naturaleza humana. Se adapta
felizmente a todos los estados, y ayuda a mantenerse firme ante las
tentaciones que nos solicitan». Arsenio (m. 449), monje del desierto,
cuyos dichos son repetidos reverentemente por los monjes, por ejemplo,
oraba diciendo: «Señor, dirígeme por el camino de la salvación».
Sería fácil seguir citando oraciones breves de diversos
padres en las que no se menciona explícitamente `Jesús'
ni `Señor Jesús' o `Jesucristo´.
También es
posible encontrar referencias a la invocación del nombre del
Reconciliador, pero sin el recurso a la fórmula en la que cristalizó
la llamada `oración a Jesús´ ni al marco metódico
psico-físico que la acompaña. Como un ejemplo se puede
citar una oración de Isaac de Siria, Obispo de Nínive
(s. VII): «Oh nombre de Jesús, llave de todos los dones, abre
para mí la gran puerta de tu casa del tesoro para que pueda entrar
y alabarte, con la alabanza que nace del corazón, como respuesta
a tus misericordias que vengo experimentando de un tiempo acá;
pues tú has venido y me has renovado con la conciencia del Nuevo
Mundo». Otro ejemplo, entre los muchos citables, es el del abba Sisoes,
quien en una ocasión confiesa que durante treinta años
había rezado así: «Señor Jesús, protégeme
de mi lengua».
Componentes
de la "oración a Jesús"
La fórmula
que, entre diversidad de frases, va imponiéndose con el correr
de los años es: Señor Jesús, Hijo de Dios, ten
piedad de mí, pecador. Sus elementos se pueden encontrar
en la Sagrada Escritura. Así, en la oración de los dos
ciegos: «¡Ten piedad (eleison) de nosotros, Hijo de David!» (Mt
9, 27). En el ruego de la mujer cananea: «¡Ten piedad (eleison)
de mí, Señor, Hijo de David!» (Mt 15, 23). En el
pedido del padre del epiléptico: «Señor, ten piedad (eleison)
de mi hijo...» (Mt 17, 15). En la oración de los diez
leprosos: «!Jesús, Maestro, ten piedad (eleison) de nosotros!»
(Lc 17, 13). También en la oración del ciego de
Jericó, que San Marcos llama Bartimeo, que clama: «¡Hijo de David,
Jesús, ten piedad (eleison) de mí!» (Mc
10, 47-48; Lc 18, 38-39). Un caso aparte, pero con toda probabilidad
vinculado al surgimiento de la `oración a Jesús´,
es la prototípica oración humilde del publicano aspirando
a la misericordia divina: «¡Oh Dios! ¡Ten compasión de (hilaszeti
= se propicio a) mí, pecador!» (Lc 18, 13). En una ocasión,
San Juan Crisóstomo, reflexionando en torno al Salmo >,
sostenía: «Resulta sumamente importante saber cómo debemos
rezar. ¿Cuál es la forma correcta? La podemos aprender del publicano;
y no tengamos vergüenza de tener como maestro a uno que ha dominado
el arte tan bien que unas pocas simples palabras fueron suficientes
para que obtuviera perfectos resultados... Si rezas como él lo
hizo tu oración será más liviana que una pluma.
Pues si este modo de orar justificó a un pecador, cuanto más
fácilmente elevará a un hombre justo a las alturas». En
los dichos de Ammonas, probablemente discípulo de San Antonio,
hay un consejo en el que dice: «permanece en tu celda, come un poco
cada día y lleva siempre la palabra del publicano en tu corazón.
De este modo te salvarás». También Martirio, Obispo sirio
de Bet Garmai, conocido igualmente como Sadona (s. VI), en su Libro
de la perfección resalta el valor ejemplar de la oración
del publicano en la necesaria práctica de la auto-acusación
ante Dios y en la humildad de corazón.
En los pasajes citados
y en muchos otros de los Evangelios están los elementos fundamentales
de la `oración´; la gracia, la devoción y el tiempo
harían el resto.
La
teología del nombre
Es preciso
señalar un elemento más en el surgimiento de la `oración
a Jesús´. No se puede dudar de la influencia veterotestamentaria
de la `teología del nombre de Dios´, ni de su particular concreción
y profundización en el Nuevo Testamento en referencia al Señor
Jesús, así como a las acciones realizadas en su nombre.
Algunos ejemplos neotestamentarios de esta teología, además
de los bien conocidos: «Santificado sea tu nombre» (Mt 6,9; Lc
11,2), del Padre Nuestro; o «bautizándolos en el nombre del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19), de la misión
apostólica, se pueden encontrar en referencias al nombre de Jesús,
particularmente en la Carta a los Filipenses: «al nombre de Jesús,
toda rodilla se doble —en el cielo, en la tierra, en al abismo— y toda
boca proclame que Jesucristo es Señor» (2, 9-11); en los Hechos
de los Apóstoles: «Porque no hay bajo el cielo otro nombre
dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (4, 12); en
el Evangelio según San Juan: «Pues sí, os aseguro
que, si alegáis mi nombre, el Padre os dará lo que le
pidáis. Hasta ahora no habéis pedido nada alegando mi
nombre. Pedid y recibiréis, así vuestra alegría
será completa» (16, 23-24), y el pasaje semejante en el mismo
Evangelio (14, 12-14), entre otros.
En la I Corintios,
San Pablo, en una concreción de la `teología del nombre´
veterotestamentaria, califica a los cristianos como aquellos «que invocan
el nombre de nuestro Señor Jesucristo en todo lugar» (1, 2),
equiparando así a Jesús con Yahveh, cuyo nombre reverenciaban
los israelitas. Se trata de una manifestación de fe en que Jesús
es «el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16). Todo esto se
encuentra en el trasfondo de la historia de la `oración a
Jesús´. En la primera mitad del siglo II, en El Pastor
de Hermas, se descubre una referencia pertinente al tema del nombre.
«El nombre del Hijo de Dios es grande e inmenso y sostiene todo el mundo.
Ahora bien, si toda la creación es sostenida por el Hijo de Dios,
¿qué pensar de los que fueron por El llamados y llevan el nombre
del Hijo de Dios y caminan en sus mandamientos? ¿Ves, pues, quiénes
son los que El sostiene? Los que de todo corazón llevan su nombre.
De ahí que El se hiciera fundamento de ellos y los lleve con
placer sobre sí, puesto que ellos no se avergüenzan de llevar
su nombre».
Los ejercicios de
la invocación del nombre del Señor Jesús, entre
los Padres del desierto son también, además de una manifestación
de fe, fruto de la convicción, arrastrada de la mentalidad semítica
veterotestamentaria, sobre el poder del nombre de Dios. Así,
la invocación del nombre no se limita a una evocación
piadosa sino que es además portadora de una fuerza o dinamismo
que actualiza su presencia (ver p. ej. Ex 23, 20s. o Is
30, 27) e incluso un dinamismo salvífico. No faltan sentencias
neotestamentarias que refuerzan esa tradición, por ejemplo: «todo
el que invoca el nombre del Señor se salvará» (Rom
10, 13; Hch 2, 21; ver el paralelo en Jl 3, 5).
Aproximación
a sus raíces
Por lo visto,
los remotos fundamentos históricos de la `oración´
se pueden trazar hasta los monjes egipcios del siglo IV, quienes se
ejercitaban en la repetición de una palabra o sentencia para
enfrentar los malos pensamientos y para pacificar la mente: la oración
monológica. La conciencia de la fractura interior del ser
humano y de su fragilidad subyace a esta disciplina espiritual que,
más allá del combate contra pensamientos inconsistentes
o ideas erradas, encuentra una vía positiva en la unificación
de todo el ser en Dios. La búsqueda de la paz ambiental (huída
del mundo), la soledad y el silencio, y la tranquilidad o paz del corazón
constituyen, en sentido amplio, el camino hesicasta (termino
derivado de hesiquia palabra griega para quietud, tranquilidad,
reposo), que es, precisamente, de lo que se está hablando. Se
trata del conjunto de medios cuyo ejercicio favorece la unión
con Dios a través de la `oración incesante´, la
continua memoria de Dios (mneme Zeoú ).
La invocación
del nombre de Jesús, ya explícitamente, ya implícitamente,
por ejemplo, al decir Señor, se encuentra bien documentada
en los testimonios que tenemos de los medios monacales de esos tiempos.
Pero, aun cuando en un sentido amplio se puede hablar con toda razón
de que esas invocaciones o referencias son una plegaria a Jesús,
no se trata todavía de la fórmula establecida que se conoce
como la `oración a Jesús´. Es también en
el siglo IV que se descubren testimonios fidedignos del uso de la aclamación
Kyrie eleison (¡Señor, ten piedad!) en la liturgia. No
es posible medir su influencia en los medios monacales, pero, sin duda,
es un dato a ser tenido en cuenta.
Los diversos elementos
estaban allí. Con toda seguridad fueron usados libremente, pero
el desarrollo sistemático de `la oración´ tomaría
aun cientos de años.
La
invocación del nombre del Señor
Son muchos
los Padres del desierto que parecen recomendar invocaciones semejantes
a lo que sería finalmente la `oración a Jesús´.
Un tal Macario, cuya precisa identidad todavía se discute, aunque
algunos piensan que vivió en el siglo IV, sería uno de
ellos. Diversas sentencias, escritos, y `cincuenta homilías´
son atribuidos al tal Macario sin que los expertos terminen de ponerse
de acuerdo sobre la identidad del autor o autores ni sobre el alcance
de las atribuciones. En el Ciclo copto de apotegmas de Macario
(¿s. VII-VIII?) se puede leer: «Bienaventurado aquel que persevera,
sin cesar y con contrición del corazón, en el nombre de
Nuestro Señor Jesucristo». Y, en una enseñanza que parece
ir más allá de la mera plegaria `monológica', se
recomienda «poner atención en el nombre de Nuestro Señor
Jesucristo cuando tus labios están en ebullición para
atraerlo, pero no trates de conducirlo a tu espíritu buscando
parecidos. Piensa tan sólo en tu invocación: Nuestro Señor
Jesús, el Cristo, ten piedad de mí».
Según el
mismo Ciclo copto, Macario le habría aconsejado a Evagrio
Póntico (345-399), quien al parecer estuvo hacia el 383 en el
desierto de Nitria y unos años después en el de Las Celdas,
entre el Cairo y Alejandría, permanecer siempre firme en el Señor,
«pues no es fácil decir a cada respiración: Señor
Jesucristo ten piedad de mí; yo te bendigo mi Señor Jesús,
socórreme». Existen algunos lugares comunes sobre la oración
entre las sentencias del Ciclo copto y otros escritos atribuidos
a Macario, salvo la expresa invocación del nombre del Señor
como en ellas aparece y que por su formulación permitiría
aceptar una fecha posterior al siglo IV para esas sentencias.
En un texto atribuido
a Evagrio se dice: «A cada respiración agregad una sobria invocación
del nombre de Jesús y la meditación de la muerte y la
humildad». El mismo texto aparece en un escrito de Hesiquio de Batos,
del que se hablará más adelante. La opinión de
Ireneo Hausherr sobre el texto de Hesiquio es que se está ante
una metáfora, no todavía ante una técnica de respiración
psico-física. De ser así habría que decir lo mismo
de los textos del Macario del Ciclo copto y del atribuido a
Evagrio.
Diadoco, obispo
de Fótice (m. c. 468), es partidario de la purificación
interior por la sanante memoria del Señor Jesús, meditando
incesantemente en este glorioso nombre en las profundidades del propio
corazón. En una ocasión enseña: «Si un hombre empieza
a progresar cumpliendo los mandamientos e incesantemente llamando al
Señor Jesús, entonces el fuego de la gracia divina lo
impregnar», incluso a los sentidos exteriores del corazón». En
otro pasaje afirma: «El intelecto, cuando hemos cerrado todas sus salidas
por el recuerdo de Dios, exige, absolutamente, una actividad que ocupe
su diligencia. Se le dará entonces el `Señor Jesús´
por única ocupación y para que responda por entero a su
fin». Las condiciones ascéticas y morales como requisito para
el `ejercicio del Nombre´ se perciben, por ejemplo, cuando dice: «Si
el alma es turbada por la cólera, oscurecida por los vapores
de la ebriedad, o atormentada por una tristeza malsana, el intelecto
no será capaz de convocar la viva memoria del Señor Jesús,
ni forzándolo».
Aun cuando Diadoco
no parece conocer la fórmula de la `oración´, sus
reflexiones sobre el uso del nombre del Señor, así como
su teología bautismal por la que el hombre recupera la plenitud
de la imagen, y la cooperación a la gracia para alcanzar la semejanza
perdida y la unidad de su ser, constituyen pasos que van haciendo el
ambiente para el nacimiento de la `oración´.
Barsanufio, el egipcio,
y Juan de Gaza (s. VI), de quienes conservamos sus cartas espirituales,
plantean una estrategia ascética para combatir los malos pensamientos
mediante el recurso al nombre de Jesús, ya que el mejor medio
de lucha es confiar, desde nuestra impotencia, en Aquél que nos
da la victoria: «Cuando durante la salmodia, la oración o la
lectura, te viene un mal pensamiento, no le prestes atención
sino más bien concéntrate más en la salmodia, la
oración o la lectura. Si el mal pensamiento persiste esfuérzate
en invocar el nombre del Señor y el Señor te auxiliará
y suprimirá las astucias de los enemigos». Y en otra ocasión:
«cuando el ardor de la batalla aumenta, también tú aumenta
tu fuerza clamando: `¡Señor Jesucristo! ¡Tú ves mi debilidad
y mi aflicción, ayúdame y líbrame de quienes me
persiguen (Sal 142, 6); a Ti acudo para refugiarme (Sal
143, 9)!'». Al hablar de la dispersión de la mente, se lee que
uno debe recogerse diciendo: «Señor, perdóname en consideración
del santo nombre». A pesar de las características que hemos podido
apreciar, como parece obvio, aún no estamos ante la fórmula
que luego cristalizará sino ante una devoción oracional
al nombre del Reconciliador.
La
fórmula oracional
La primera
evidencia irrecusable de una versión de la `oración
a Jesús´ se descubre en la Vida de San Dositeo, discípulo
de Doroteo de Gaza (s. VI-VII), quien a su vez fue entrenado por Barsanufio
y Juan. La biografía de Dositeo establece que Doroteo le transmitió
la fórmula que repetía incesantemente: «Pues él
(Dositeo) vivía en continua memoria de Dios. (Doroteo, su padre
espiritual) le había transmitido la regla de que siempre debería
repetir estas palabras: `¡Señor Jesucristo, nuestro Dios, ten
piedad de mí! ¡Hijo de Dios, sálvame!' Por lo cual decía
continuamente esta oración. Cuando enfermó, él
(Doroteo) le dijo: `Dositeo, no descuides tu oración. Asegúrate
que no abandones tu oración». Ya en este momento se puede afirmar
que estamos ante una fórmula de la `oración a Jesús´,
aunque todavía falta madurar algo más.
Conviene, también,
traer a colación el testimonio de Filemón, de cuya vida
no sabemos prácticamente nada, así como del tiempo en
que vivió, aunque se puede estimar que fue hacia mediados del
siglo VI. Filemón usó la `oración´, aunque
sin llamarla de una manera específica. Veía en ella un
buen medio para concentrarse evitando la disipación interior,
así como un camino para mantener la memoria de Dios. Al recomendar
un camino espiritual a un hermano, le dice: «Ve, practica la sobriedad
en tu corazón, y en tu pensamiento repite sobriamente, con temor
y temblor: `Señor Jesucristo, ten piedad de mí´». En otra
ocasión amplía la fórmula: «Señor Jesucristo,
Hijo de Dios, ten piedad de mí».
Así, paso
a paso, vamos llegando a la Carta a los monjes del pseudo-Crisóstomo
que, aunque difícil de fechar con exactitud, podría ser
de este tiempo o algo después. En ella el anónimo autor
opta por una única forma para ser incesantemente repetida: «Señor
Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador». La clave
de esta aproximación se centra en la memoria y el corazón,
punto de anclaje de la atención. Es allí donde debe acogerse
el nombre del Señor. «Permanece en tu corazón clamando
el nombre del Señor Jesús para que el corazón se
fije profundamente en el Señor, y el Señor en el corazón,
y los dos sean uno». Así, pues, habiendo sido fijada una fórmula,
aún queda cierto trecho que recorrer antes de llegar a la metodología
psico-física del monje de origen latino, Nicéforo, del
siglo XIII.
San
Juan y Hesiquio
San Juan Clímaco
(580-650), vivió en el desierto del Sinaí, a las faldas
del monte de Moisés, Jebel Musa. San Juan es ampliamente conocido
por su `Escalera del Paraíso', que aún hoy es leída,
durante la Cuaresma, en los monasterios ortodoxos. Es una obra muy popular
también entre los laicos. En su obra, un indiscutible clásico
espiritual de todos los tiempos, recomienda «que la memoria de Jesús
está unida a tu respiración». Foco difusor de la `oración
a Jesús´, juntamente con Gaza —Palestina—, es el Sinaí.
Allí, en un monasterio, fue abad San Juan Clímaco. En
su `Escalera´, sin embargo, la fórmula de la `oración´
no excluye otras variables. A estas alturas aún es la plegaria
monológica, con diversidad de contenidos según las necesidades,
la que se encuentra como el elemento clave del método hesicasta
—espiritualidad del reposo— , del cual es magnífico exponente
San Juan Clímaco.
Las dos centurias
`Sobre la sobriedad y la oración´, atribuidas a Hesiquio
de Batos (s. VII-VIII), constituyen uno de los más importantes
testimonios del ejercicio del santo nombre de Jesús. Una y otra
vez vuelve sobre el mismo tema quien escribe bajo el nombre de un higúmeno
del monasterio de Batos, en el Sinaí. En la obra se va delineando
un método, no sólo de hacer oración, sino de disciplina
espiritual. La meta es recobrar la belleza y justicia original del alma.
La sobriedad y la atención se intercambian en el marco de una
estrategia de lucha contra los malos pensamientos. La humildad, la atención,
la resistencia al mal y la oración son condiciones para la batalla
espiritual. La búsqueda de la pureza de corazón y la memoria
de los propios pecados permiten recibir la ayuda del Señor. «El
recuerdo y la invocación ininterrumpidos de Nuestro Señor
Jesucristo producen en nuestro interior un estado divino, a condición
de que no seamos negligentes en la constante oración a Cristo,
en la sobriedad perseverante y en la obra de la vigilancia. En todo
tiempo sea así como invocamos a Jesucristo, Nuestro Señor,
clamando con un corazón ardiente para entrar en comunión
con su santo nombre, manteniéndolo como una chispa en nuestro
corazón. Pues la constancia, en la virtud como en el vicio, engendra
al hábito; y el hábito es como una segunda naturaleza»,
escribía Hesiquio casi al final de su primera centuria revelando
la inmensa importancia que daba a la invocación del santo nombre.Pero,
inspirándose en San Juan Clímaco, Hesiquio parece ir más
lejos, al punto de haber servido de fundamento, o al menos de referencia,
para las técnicas psico-físicas que aparecerán
después. «A la respiración de tu nariz une la atención
(nespis) y el nombre de Jesús». «Verdaderamente feliz
es el hombre en quien la `oración a Jesús´ se prende al
poder del pensamiento y lo llama continuamente en su corazón,
así como el aire está unido con nuestros cuerpos y la
llama a la mecha de la vela». A pesar de lo que parece implicar, lo
impreciso aún del lenguaje no permite afirmar con total seguridad
que lo que propone Hesiquio sea una coordinación de los ritmos
respiratorios con la `oración´. De ser así habría
que hacer retroceder la fecha del método psico-somático
del siglo XIV a este tiempo en que vivió este monje sinaíta.
Svjatocha
El asunto de
la fijación de una fórmula oracional que mencionando el
nombre del Señor Jesús sea a la vez una confesión
de fe en su divinidad, un reconocimiento de las propias culpas, y un
pedido de misericordia se ha ido abriendo camino en los ambientes monacales
de Africa y Asia Menor. Desde esos antiguos tiempos hasta el nuestro
irá haciendo fortuna el ejercicio espiritual del nombre de Jesús,
particularmente entre los cristianos orientales, bizantinos y rusos
en especial. Para encontrar un testimonio de su presencia en Rusia no
es necesario esperar a la difusión efectuada por Nilo Sorskii
(1433-1509), ni a la traducción eslava de la Filocalia
(Dobrotolubiye) por Paisij Velichkovsky (1722-1794), o las versiones
del siglo pasado de Ignacio Briantchaninov (1807-1867) o de Teófano
el Recluso (1815-1894). Es interesante señalar que ya hacia principios
del siglo XII hay un testimonio de un monje ruso conocido como Svjatocha
(o Sviatosa), que en el mundo habría sido un tal príncipe
Nicolás. De él se ha dicho: «Nadie nunca lo vió
ocioso. Siempre tenía las manos ocupadas en algún trabajo
manual. Y en todo momento sus labios repetían: `Señor
Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí».
El
método psico-físico
En este punto
habría que referirse a un higúmeno de Constantinopla,
una de las más notables figuras de su tiempo, Simeón,
el nuevo teólogo (949-1022), particularmente a un tratado que
corre bajo su nombre, pero que la moderna crítica atribuye a
un monje del monte Atos llamado Nicéforo el Hesicasta o el Solitario,
quien se cree que vivió en el siglo XIII y XIV, y que de ser
este el caso, habría sido maestro de Gregorio Palamas, Arzobispo
de Tesalónica (c. 1296-1359).
En las obras auténticas
de Simeón, no parece haber evidencia de ideas como las que se
descubren en el referido tratado aunque sí se percibe un acentuado
cristocentrismo que lo podría haber predispuesto a la práctica
de la `oración´ que, según testimonios, de alguna
manera practicó. Hay quien considera los escritos de Simeón
y su concepción de la vida mística como un puente entre
los Padres y los monjes del desierto y los hesicastas de siglos posteriores.
Independientemente
de la identidad del autor, la obra que interesa es: `Tres métodos
de atención y oración´. El título es descriptivo.
Descartando los dos primeros, presenta el tercero: el método
hesicasta. Está precedido por la obediencia del corazón,
y la constante presencia de Dios en la conciencia, estableciendo rectas
relaciones con Dios, el padre espiritual, los demás hombres y
las cosas. Insistiendo en la necesidad de estar libre de toda preocupación,
con la conciencia tranquila y sin atadura pasional alguna, se debe:
«mantener la atención dentro de sí mismo, en el corazón.
Mantener la mente ahí (en el corazón), tratando por todo
medio posible de encontrar el lugar donde está el corazón,
para que una vez hallado, la mente se centre en él», y así
«manteniendo la mente en atención, mantener a Jesús en
el corazón, esto es, su oración: `Señor Jesucristo,
ten piedad de mí´». Esta oración sería la base
de toda la vida espiritual, pues es particularmente apta para superar
la desintegración interior, domar las pasiones, conquistar la
humildad y andar en presencia de Dios.
En el tercer método
de `Tres métodos de atención y oración´,
claramente se pueden notar dos ejercicios y una técnica psico-física
que aspira a la liberación de las pasiones y al recogimiento
interior, favorecidos por las técnicas corporales. Por lo que
se ha venido viendo parece claro que la `oración´ no requiere
necesariamente de técnicas corporales externas, aún cuando
para el pseudo-Simeón aparezcan íntimamente vinculadas.
Estos planteamientos
son semejantes a los del referido Nicéforo en un escrito, al
parecer, definitivamente suyo: `Sobre la sobriedad y la guarda del
corazón´. En él dice: «Tú sabes que tu respiración
es la inhalación y exhalación de aire. El órgano
que sirve para esto son los pulmones que están alrededor del
corazón. Así que el aire que pasa por ellos envuelve al
corazón. Es así que la respiración es una vía
natural al corazón. De modo que habiendo recogido tu mente en
ti mismo, condúcela por el canal de la respiración por
el que el aire llega al corazón y, juntamente con el aire inhalado,
fuerza a tu mente a descender al corazón y permanecer ahí».
Más adelante dice Nicéforo: «Además, debes saber
que cuando tu mente queda firmemente establecida en el corazón,
no debe permanecer en silencio y sin hacer nada, sino que debe repetir
constantemente la oración: `¡Señor Jesucristo, Hijo de
Dios, ten piedad de mí!´, y nunca cesar. Pues esta práctica,
manteniendo la mente libre de sueños, la vuelve evasiva e impenetrable
a las sugestiones del enemigo y cada día la conduce, más
y más, a amar y anhelar a Dios». Si Nicéforo el Solitario
es autor también del tratado `Tres métodos de atención
y oración´, la fecha de éste tendría que llevarse
hasta fines del siglo XIII, o las primeras décadas del XIV.
Fase
atónita
Hasta acá
el desarrollo del método se ha venido presentando, salvo algunos
adelantos como las referencias al pseudo-Simeón y a Nicéforo,
desde la llamada `fase sinaíta' de la oración hesicasta.
El paso a la `fase atónita´ —en referencia al monte Atos— se
dará a través de Gregorio el sinaíta (1255-1346),
quien aprendiéndola en el monte Sinaí, profundizándola
con el anacoreta Arsenio, en Creta, la lleva al monte Atos donde se
produce una renovación de la vida interior. Gregorio es considerado
el restaurador del hesicasmo y de la oración incesante en Atos.
Sus consejos tienen un carácter práctico y presentan el
método con magistral claridad: «Colócate en un asiento
o incluso en un lecho, curva la espalda, inclina la cabeza sobre el
pecho, recoge tu espíritu y enciérralo en tu corazón
y fija toda tu atención. Repite entonces de una manera continua,
ya de viva voz, ya mentalmente esta invocación: `Señor,
Jesucristo, ten piedad de mí´o `Jesús, Hijo de Dios, ten
piedad de mí´ (a la que algunos añaden «pecador» como
culminación). Vigila bien que el espíritu no se escape
de tu corazón, evita cuidadosamente todo pensamiento extraño
(sus avisos se extienden a la presencia de colores, imágenes
o formas, advirtiendo especialmente contra la imaginación-fantasía),
aunque fuera noble y excelente, pues te distraería del pensamiento
de Dios. Para ello retarda el ritmo de la respiración». En Atos
la fórmula, empleada por los monjes en Gaza y en el Sinaí,
quedará fijada y vinculada a ejercicios psico-somáticos,
en el marco, para entonces ya tradicional de la purificación
del corazón, la lucha contra las pasiones y el recogimiento en
Jesucristo.
Sin embargo, un
contemporáneo suyo, Máximo Kausokalybe, varía un
tanto la fórmula repitiendo también, junto al nombre de
Jesús, una invocación a Santa María. No obstante
que para este tiempo no había ya la total libertad que se ha
visto en siglos pasados, aún parece darse una relativa libertad
en la elaboración de la fórmula, siempre y cuando incluya
la invocación a Jesús, a la que, siguiendo la `teología
del nombre´, se otorga un singular poder. Sin embargo no es conveniente
—según sostiene Gregorio el sinaíta— cambiar con frecuencia
la fórmula de la plegaria .
Se hace necesario,
también, mencionar al famoso teorizador de la `oración
del corazón´ Gregorio Palamas (1296-1359), a quien la Iglesia
oriental venera como un gran santo. Fue un entusiasta del hesicasmo,
que con él alcanza gran difusión. Sus enseñanzas,
de alto vuelo teológico, conocidas como «palamismo», luego de
recibir un rechazo inicial de la Iglesia bizantina, fueron apoyadas,
principalmente por el Sínodo de Constantinopla de 1351, divulgándose
ampliamente. Quien llegara a ser Obispo de Tesalónica, sufrió
los embates del monje Barlaam, un platonizante anti-místico,
cuestionador del hesicasmo. La llamada `polémica palamita´ sirvió
para esclarecer los alcances del movimiento hesicasta y para dotar a
lo que se podría denominar como neo-hesicasmo de una profunda
fundamentación teológica.
Por último,
una breve referencia a Calixto II, Patriarca de Constantinopla, e Ignacio,
monjes del monasterio Xantopulos del monte Atos (s. XIV), autores de
Direcciones para los hesicastas, en cien capítulos. Se
trata de un tratado instructivo, para novatos, lleno de pormenorizadas
orientaciones para poner los medios, con la ayuda y gracia de Dios,
que lleven a responder a la economía de Cristo, despojándose
del viejo Adán y revistiéndose con el nuevo hombre espiritual.
El texto muestra como su núcleo las enseñanzas de Nicéforo
sobre: «El método de ingresar al corazón por la atención
mediante la respiración,untamente con la oración: `Señor
Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí´». Resulta significativo
que las instrucciones cubren una variedad de aspectos constituyendo
al mismo tiempo un tratado de la teología de la oración
y también un plan de vida para el hesicasta. Los esfuerzos por
demostrar los antecedentes de `la oración´ propuesta en
San Juan Crisóstomo, San Juan Clímaco y Hesiquio, entre
otros, son notorios.
Algunas
precisiones más
El contexto de la
oración a Jesús es la fe. El obispo griego-ortodoxo Kallistos
Ware, sostiene: «El Nombre es poder, pero una repetición puramente
mecánica, por sí misma, es incapaz de lograr algo. La
Oración a Jesús no es un talismán mágico.
Como en todas las operaciones sacramentales, se requiere que el hombre
coopere con Dios a través de su fe activa y su esfuerzo ascético.
Estamos llamados a invocar el Nombre con recogimiento y vigilancia interior,
manteniendo nuestra mente en las palabras de la Oración, conscientes
de a quién nos dirigimos y quién nos responde en nuestro
corazón». Este autor contemporáneo, conocedor del entusiasmo
por las disciplinas orientales del mundo hodierno, dice enfático
que la `oración a Jesús´ «no es un instrumento
para ayudarnos a concentrarnos o relajarnos. No es simplemente una parte
de un `yoga cristiano´, un tipo de `meditación trascendental´
o un `mantra cristiano´... es una invocación dirigida a otra
persona: Dios hecho Hombre, Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor».
Kallistos Ware insiste
en el carácter secundario que la tradición hesicasta otorga
a las técnicas psico-físicas, resaltando la centralidad
de la `oración del nombre de Jesús´, de la `oración
del corazón´ (de la mente en el corazón), que como verdadero
don de Dios no está ligada a técnica alguna. Sin embargo,
partiendo de la concepción de la unidad del ser humano, afirma:
«El cuerpo no es sólo un obstáculo que sobrepasar, una
protuberancia de la materia a ser ignorada, sino que tiene un rol positivo
que jugar en la vida espiritual y está dotado con energías
que pueden ser encauzadas para el trabajo de la oración». Sería,
pues, sólo como una ayuda para la concentración en
`la oración´ que el método neo-hesicasta emplea las
posturas corporales, el sincronizado ritmo respiratorio y la concentración
cordial.
Según hemos
visto, la `oración a Jesús´ responde a un largo
proceso que se extendería desde los ambientes del monacato primitivo,
hacia el siglo IV, hasta nuestros días. Baldomero Jiménez
Duque afirma que: «en el Oriente cristiano se llega así a un
método de orar, al margen de lo estrictamente litúrgico,
con una estratificación a ultranza, que comporta sus ventajas
y sus riesgos». En verdad se trata de todo un método con sus
ejercicios y disposiciones preparatorias; con sus grados: vocal, mental,
cordial-espiritual; con una teología subyacente, y con una clara
meta: la unión con Dios, descrita como «zeosis», deificación.
La
oración a Jesús en Occidente
Si bien la
difusión en occidente de la `oración´ se ha producido,
principalmente, a través de las sucesivas ediciones de los `Relatos
de un peregrino ruso´, y de las traducciones de la `Filocalia´,
selección de textos sobre la `oración a Jesús´
y el hesicasmo, hay algunas anotaciones finales que hacer.
No parece equivocarse
el trapense Basil Pennington cuando afirma: «la expresión oración
a Jesús es un paraguas que cubre una variedad de métodos».
Habría una sencilla práctica devocional de repetir el
nombre del Señor. También se daría el uso de jaculatorias
con amplia libertad. Y finalmente el método fijado por el neo-hesicasmo
con la fórmula y las prácticas psico-físicas, en
diverso grado.
En relación
a lo primero, en occidente existe también una gran devoción
al nombre de Jesús. San Ambrosio de Milán (333-397), San
Agustín de Hipona (354-430), San Pedro Crisólogo (c.406-450),
San Beda el Venerable (673-735), son tempranos testigos de ello. En
los siglos XI y XII, San Anselmo de Cantorbery (1033-1109) y los autores
de la escuela cisterciense expresan frecuentemente una afectiva devoción
al nombre del Señor Jesús. También los franciscanos,
tras las huellas de San Francisco de Asís (1181-1226), manifiestan
una notable piedad hacia el nombre de Jesús. Las `fraternidades
de Jesús´ o del `Buen Jesús´, son un testimonio más.
El apasionado místico inglés Ricardo Rolle (1300-c.1349)
y el Beato germano Enrique Suso (c.1295-1365) difunden con sus escritos
la devoción al nombre del Señor. Esto ocurre en el mismo
siglo en que, al parecer en Suecia, surgió una «orden del Nombre
de Jesús». Un testimonio particularmente significativo es la
difusión hacia el siglo XIV del `Anima Christi´ con la
invocación `¡Oh buen Jesús, óyeme!'. En el siglo
XV, bastaría citar a San Bernardino de Siena (1380-1444), el
famoso predicador franciscano que difundió, en medio de polémicos
esclarecimientos, la devoción al santo nombre de Jesús,
que gustaba representar con el trigrama IHS, desarrollando la `h´ en
forma de cruz. En el mismo siglo la Iglesia, con la intervención
del Papa Sixto IV (del 1471 al 1484), aprobó la fiesta del Santo
Nombre de Jesús que, aunque en forma restringida, aún
se celebra hoy.
Más adelante,
y por si fuera poco, Fray Luis de León (1527-1591), en su clásico
`De los nombres de Cristo', culmina su enumeración de
los nombres del Señor con: Jesús. En el marco de
una `teología del nombre', el preclaro agustino del Siglo de
Oro español, escribe: «El nombre de Jesús... es el propio
nombre de Christo, porque los demás que se han dicho hasta agora,
y otros muchos que se pueden dezir, son nombres comunes suyos, que se
dicen dél por alguna semejança que tiene con otras cosas
de las quales también se dizen los mismos nombres». Otro agustino
español, el valenciano Jerónimo Cantón (1555-1636),
escribió hacia principios del siglo XVII una obra titulada `Excelencias
del Nombre de Jesús, según ambas naturalezas´, por
encargo de una cofradía de Tarragona, dedicada al Santísimo
Nombre de Jesús. Estas pocas referencias —entre las muchas que
se podrían mencionar— dan una idea suficiente de la explícita
importancia devocional que en occidente se le ha venido dando al nombre
del Señor Jesús.
La oración
mediante jaculatorias es conocida en occidente, por lo menos, desde
tiempos de San Agustín y Casiano, como se ha señalado.
Las aspiraciones o piadosas invocaciones que elevan a la persona a Dios
y recuerdan su presencia forman parte de la espiritualidad carmelitana,
entre otras. Al presentar los Abecedarios espirituales de uno
de los grandes maestros de la oración aspirativa en el Carmelo,
Juan Sanz (1557-1608), el estudioso carmelita Rafael López Mélus,
escribe: «La oración de jaculatorias nació, sobre todo,
por obra de San Agustín, pero es la Orden del Carmen quien parece
se ha apropiado de ella, y trabaja por llegar a la cumbre practicándola
y dándola a conocer entre las almas». La tradición oriental
traída por Casiano se mantuvo a lo largo de los siglos en medios
monásticos y piadosos. Por ejemplo, la hermana Kunne Ginnekins
(m. 1398), discípula del fundador de la `Devotio Moderna',
Gerardo Groote (1340-1384), repetía incesantemente esta o una
jaculatoria similar: «¡Querido Señor Jesús, cuándo
vendrás a mi casa?» En su larga agonía, hay testimonios
que así lo indican, San Francisco Javier (m. 1552) repetía
incansable: `¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!
¡Oh Virgen, Madre de Dios, acuérdate de mí!'. La oración
por jaculatorias y aspirativa ha sido muy alabada y alentada en un receptivo
occidente. Habría incluso que decir que la vida espiritual en
occidente, a lo largo de los siglos, está regada de oraciones
breves y fervientes.
El padre Hausherr,
en su obra El Nombre de Jesús, refiere algunos datos,
verdaderamente inverosímiles, de unos campeones occidentales
de la oración por jaculatorias en este siglo XX. El jesuita William
Doyle que apuntaría a cien mil (sic) repeticiones diarias, superado
por un lasallista, el hermano Mutien-Marie, de quien se decía
efectuaba unas trescientos setenta mil (sic) aspiraciones al día.
Juan Bautista Reus (m. 1947), otro jesuita, quizá siguiendo tradiciones
que se remontan al tiempo del fundador San Ignacio de Loyola (1491-1556)
o atento a las orientaciones del quinto General de la Compañía
de Jesús, el napolitano Claudio Aquaviva (1545-1615), quien recomendaba
«volar mentalmente hacia Dios por medio de frecuentes aspiraciones y
así encontrar a Dios presente en todo lugar», repetía
unas doce mil veces al día la jaculatoria: «Jesús, José
y María». Obviamente no se trata de una competencia, pero estos
testimonios, más allá de las asombrosas cifras, claramente
dejan sentado que también en occidente se practica el ejercicio
de breves oraciones dirigidas a Dios como saetas de amor, en cuya trayectoria
surgió la `oración a Jesús´.
En relación
a la práctica de ejercicios corporales en la oración,
basten dos testimonios. El primero es de Santo Domingo de Guzmán
(1170-1221), de quien se recogen, en Las nueve maneras de orar de
Santo Domingo, diversas posturas y ejercicios corporales para favorecer
la oración. Por la coincidencia con el tema de la `oración´
recogemos parcialmente un relato del Segundo modo de orar. «También
Santo Domingo con frecuencia solía rezar echándose al
suelo, el cuerpo estirado y apoyada la cara sobre el piso. Entonces
con el corazón compungido decía las palabras del Evangelio,
a veces lo suficientemente alto como para ser escuchado, `Señor,
ten piedad de mí pecador´». No era la única cita que usaba,
ni tampoco era la única postura que asumía en oración.
El otro testimonio es el de San Ignacio de Loyola, quien en sus Ejercicios
espirituales da diversas orientaciones sobre varias posturas corporales,
ambientes, uso de potencias, y ritmos respiratorios. Así, por
ejemplo, sobre esto último dice: «El tercero modo de orar es,
que con cada un anhélito o resollo se ha de orar mentalmente
diciendo una palabra del Pater noster o de otra oración que se
rece, de manera que una sóla palabra se diga entre un anhélito
y otro».
El ejercicio de
la `oración a Jesús´ del neo-hesicasmo, con las
características con que se ha venido dando en el oriente no se
ha dado en occidente, salvo como un trasplante en los últimos
tiempos. Sin embargo, los elementos que aparecen bajo ese amplio `paraguas´
que es la `oración´, la devoción al nombre de Jesús,
la práctica de jaculatorias, incluso incesantemente repetidas,
y la intervención de ciertos ejercicios corporales en la oración,
sí se encuentran en la tradición occidental, aunque no
con idénticas características que en aquella tradición
que nació y se fortaleció en tierras de Egipto, Palestina,
Siria y Grecia.
Oración
del Nombre de Jesús
Preparación
remota
1. Vida cristiana
activa en la Iglesia.
2. Obediencia y
pureza de mente y corazón.
3. Tranquilidad
de conciencia.
4. Humildad.
Preparación
inmediata
1. Relajación
del cuerpo, asumiendo la postura más adecuada.
2. Calmar toda emoción.
3. Eliminar toda
actividad mental discursiva o imaginativa.
4. Recogerse en
el interior.
5. Ponerse confiadamente
en la presencia de Dios.
6. Implorar la ayuda
del Espíritu Santo (1Cor 12, 3).
Cuerpo
1. Concentrar
la atención en el lugar del corazón, manteniéndose
en paz y en reverencia.
2. Al ritmo de la
respiración (inspiración-espiración) repetir (oral
o mentalmente) por un determinado número de veces: «Señor
Jesucristo, Hijo de Dios,/ ten piedad de mí, pecador». En todo
momento deberá mantenerse un reverente y vigilante recogimiento.
REC. FÁTIMA
Sin Comentarios.