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    LA ORACION DEL NOMBRE DE JESÚS

    FATIMA PAZ
    FATIMA PAZ

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    Calificación : 2
    26052010

    LA ORACION DEL NOMBRE DE JESÚS Empty LA ORACION DEL NOMBRE DE JESÚS

    Mensaje por FATIMA PAZ

    La Oración del Nombre de Jesús


    por Luis Fernando Figari



    La `oración
    a Jesús´
    , conocida también como `oración del corazón´ es una breve fórmula piadosa, Señor Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí, algunas veces con el añadido: pecador,
    repetida en el marco de un método. Hay algunos entusiastas que quieren
    hacer retroceder su origen hasta los apóstoles, pero, al parecer, no es
    posible encontrarla, con sus características actuales, antes del siglo
    XIII.
    Sin embargo, teniendo
    en cuenta la naturaleza de la `oración a Jesús´,
    se pueden descubrir sus orígenes en el ambiente de búsqueda
    de una oración continua que sella intensamente la historia
    espiritual de los primeros siglos cristianos, particularmente el peregrinar
    de los Padres del desierto. Es doctrina común del monacato primitivo
    la búsqueda del ideal de la oración continua. Se dice
    de San Antonio de Egipto (c.250-356), quien ha pasado a la historia
    como `el padre de los monjes´, que «rezaba constantemente, pues había
    aprendido que era necesario rezar incesantemente en privado». La aspiración
    a una oración incesante se nutre de orientaciones como
    las de San Pablo que exhorta a vivir «perseverantes en la oración»
    (Rom 12, 12) y a orar «sin cesar» (1Tes 5, 17).
    Los ejercicios de
    la memoria o presencia de Dios y el combate contra pensamientos
    dañinos, así como la `meditación secreta' (krypte
    melete
    ), como metódica y constante repetición, oral
    o mental, de una oración o frase corta o de una sentencia de
    la Sagrada Escritura, son el medio donde, a través de un largo
    proceso histórico, nace y se impone como fórmula privilegiada
    la `oración a Jesús´. Ireneo Hausherr, notable
    estudioso del tema, sostiene que la `oración´ es una fórmula
    abreviada que sintetiza la espiritualidad monástica de pénzos:
    lamentación, tristeza, dolor por los propios pecados.

    Las
    jaculatorias




    La repetición
    de jaculatorias, oraciones cortas, para alabar al Señor,
    obtener ayuda o para implorar perdón, se descubre en la temprana
    tradición cristiana. Ya en tiempos de Casiano (c.360-435) se
    va enlazando esta práctica con el propósito de alcanzar
    la oración continua. Otro testigo, de los numerosos que se pueden
    aducir, es San Juan Crisóstomo (c.344- 407), quien recomienda
    la repetición frecuente y sucesiva de unas mismas breves palabras.
    Sin embargo, la explícita invocación al Señor Jesús,
    como en la `oración´, no está necesariamente ligada a
    esta difundida práctica. Existe una gran libertad en la elección
    de la sentencia que se repite buscando la comunión con Dios.
    Así, por ejemplo, el mismo Casiano recomendaba en sus Colaciones:
    «Si queréis que el pensamiento de Dios more sin cesar en vosotros,
    debéis proponer continuamente a vuestra mirada interior esta
    fórmula de devoción: Ven, oh Dios, en mi auxilio, apresúrate,
    Señor, a socorrerme. No sin razón ha sido preferido este
    versículo entre todos los de la Escritura. Contiene en cifra
    todos los sentimientos que puede tener la naturaleza humana. Se adapta
    felizmente a todos los estados, y ayuda a mantenerse firme ante las
    tentaciones que nos solicitan». Arsenio (m. 449), monje del desierto,
    cuyos dichos son repetidos reverentemente por los monjes, por ejemplo,
    oraba diciendo: «Señor, dirígeme por el camino de la salvación».
    Sería fácil seguir citando oraciones breves de diversos
    padres en las que no se menciona explícitamente `Jesús'
    ni `Señor Jesús' o `Jesucristo´.
    También es
    posible encontrar referencias a la invocación del nombre del
    Reconciliador, pero sin el recurso a la fórmula en la que cristalizó
    la llamada `oración a Jesús´ ni al marco metódico
    psico-físico que la acompaña. Como un ejemplo se puede
    citar una oración de Isaac de Siria, Obispo de Nínive
    (s. VII): «Oh nombre de Jesús, llave de todos los dones, abre
    para mí la gran puerta de tu casa del tesoro para que pueda entrar
    y alabarte, con la alabanza que nace del corazón, como respuesta
    a tus misericordias que vengo experimentando de un tiempo acá;
    pues tú has venido y me has renovado con la conciencia del Nuevo
    Mundo». Otro ejemplo, entre los muchos citables, es el del abba Sisoes,
    quien en una ocasión confiesa que durante treinta años
    había rezado así: «Señor Jesús, protégeme
    de mi lengua».

    Componentes
    de la "oración a Jesús"




    La fórmula
    que, entre diversidad de frases, va imponiéndose con el correr
    de los años es: Señor Jesús, Hijo de Dios, ten
    piedad de mí, pecador
    . Sus elementos se pueden encontrar
    en la Sagrada Escritura. Así, en la oración de los dos
    ciegos: «¡Ten piedad (eleison) de nosotros, Hijo de David!» (Mt
    9, 27). En el ruego de la mujer cananea: «¡Ten piedad (eleison)
    de mí, Señor, Hijo de David!» (Mt 15, 23). En el
    pedido del padre del epiléptico: «Señor, ten piedad (eleison)
    de mi hijo...» (Mt 17, 15). En la oración de los diez
    leprosos: «!Jesús, Maestro, ten piedad (eleison) de nosotros!»
    (Lc 17, 13). También en la oración del ciego de
    Jericó, que San Marcos llama Bartimeo, que clama: «¡Hijo de David,
    Jesús, ten piedad (eleison) de mí!» (Mc
    10, 47-48; Lc 18, 38-39). Un caso aparte, pero con toda probabilidad
    vinculado al surgimiento de la `oración a Jesús´,
    es la prototípica oración humilde del publicano aspirando
    a la misericordia divina: «¡Oh Dios! ¡Ten compasión de (hilaszeti
    = se propicio a) mí, pecador!» (Lc 18, 13). En una ocasión,
    San Juan Crisóstomo, reflexionando en torno al Salmo >,
    sostenía: «Resulta sumamente importante saber cómo debemos
    rezar. ¿Cuál es la forma correcta? La podemos aprender del publicano;
    y no tengamos vergüenza de tener como maestro a uno que ha dominado
    el arte tan bien que unas pocas simples palabras fueron suficientes
    para que obtuviera perfectos resultados... Si rezas como él lo
    hizo tu oración será más liviana que una pluma.
    Pues si este modo de orar justificó a un pecador, cuanto más
    fácilmente elevará a un hombre justo a las alturas». En
    los dichos de Ammonas, probablemente discípulo de San Antonio,
    hay un consejo en el que dice: «permanece en tu celda, come un poco
    cada día y lleva siempre la palabra del publicano en tu corazón.
    De este modo te salvarás». También Martirio, Obispo sirio
    de Bet Garmai, conocido igualmente como Sadona (s. VI), en su Libro
    de la perfección
    resalta el valor ejemplar de la oración
    del publicano en la necesaria práctica de la auto-acusación
    ante Dios y en la humildad de corazón.
    En los pasajes citados
    y en muchos otros de los Evangelios están los elementos fundamentales
    de la `oración´; la gracia, la devoción y el tiempo
    harían el resto.

    La
    teología del nombre




    Es preciso
    señalar un elemento más en el surgimiento de la `oración
    a Jesús´
    . No se puede dudar de la influencia veterotestamentaria
    de la `teología del nombre de Dios´, ni de su particular concreción
    y profundización en el Nuevo Testamento en referencia al Señor
    Jesús, así como a las acciones realizadas en su nombre.
    Algunos ejemplos neotestamentarios de esta teología, además
    de los bien conocidos: «Santificado sea tu nombre» (Mt 6,9; Lc
    11,2), del Padre Nuestro; o «bautizándolos en el nombre del Padre
    y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19), de la misión
    apostólica, se pueden encontrar en referencias al nombre de Jesús,
    particularmente en la Carta a los Filipenses: «al nombre de Jesús,
    toda rodilla se doble —en el cielo, en la tierra, en al abismo— y toda
    boca proclame que Jesucristo es Señor» (2, 9-11); en los Hechos
    de los Apóstoles:
    «Porque no hay bajo el cielo otro nombre
    dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (4, 12); en
    el Evangelio según San Juan: «Pues sí, os aseguro
    que, si alegáis mi nombre, el Padre os dará lo que le
    pidáis. Hasta ahora no habéis pedido nada alegando mi
    nombre. Pedid y recibiréis, así vuestra alegría
    será completa» (16, 23-24), y el pasaje semejante en el mismo
    Evangelio (14, 12-14), entre otros.
    En la I Corintios,
    San Pablo, en una concreción de la `teología del nombre´
    veterotestamentaria, califica a los cristianos como aquellos «que invocan
    el nombre de nuestro Señor Jesucristo en todo lugar» (1, 2),
    equiparando así a Jesús con Yahveh, cuyo nombre reverenciaban
    los israelitas. Se trata de una manifestación de fe en que Jesús
    es «el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16). Todo esto se
    encuentra en el trasfondo de la historia de la `oración a
    Jesús´
    . En la primera mitad del siglo II, en El Pastor
    de Hermas, se descubre una referencia pertinente al tema del nombre.
    «El nombre del Hijo de Dios es grande e inmenso y sostiene todo el mundo.
    Ahora bien, si toda la creación es sostenida por el Hijo de Dios,
    ¿qué pensar de los que fueron por El llamados y llevan el nombre
    del Hijo de Dios y caminan en sus mandamientos? ¿Ves, pues, quiénes
    son los que El sostiene? Los que de todo corazón llevan su nombre.
    De ahí que El se hiciera fundamento de ellos y los lleve con
    placer sobre sí, puesto que ellos no se avergüenzan de llevar
    su nombre».
    Los ejercicios de
    la invocación del nombre del Señor Jesús, entre
    los Padres del desierto son también, además de una manifestación
    de fe, fruto de la convicción, arrastrada de la mentalidad semítica
    veterotestamentaria, sobre el poder del nombre de Dios. Así,
    la invocación del nombre no se limita a una evocación
    piadosa sino que es además portadora de una fuerza o dinamismo
    que actualiza su presencia (ver p. ej. Ex 23, 20s. o Is
    30, 27) e incluso un dinamismo salvífico. No faltan sentencias
    neotestamentarias que refuerzan esa tradición, por ejemplo: «todo
    el que invoca el nombre del Señor se salvará» (Rom
    10, 13; Hch 2, 21; ver el paralelo en Jl 3, 5).

    Aproximación
    a sus raíces




    Por lo visto,
    los remotos fundamentos históricos de la `oración´
    se pueden trazar hasta los monjes egipcios del siglo IV, quienes se
    ejercitaban en la repetición de una palabra o sentencia para
    enfrentar los malos pensamientos y para pacificar la mente: la oración
    monológica
    . La conciencia de la fractura interior del ser
    humano y de su fragilidad subyace a esta disciplina espiritual que,
    más allá del combate contra pensamientos inconsistentes
    o ideas erradas, encuentra una vía positiva en la unificación
    de todo el ser en Dios. La búsqueda de la paz ambiental (huída
    del mundo), la soledad y el silencio, y la tranquilidad o paz del corazón
    constituyen, en sentido amplio, el camino hesicasta (termino
    derivado de hesiquia palabra griega para quietud, tranquilidad,
    reposo), que es, precisamente, de lo que se está hablando. Se
    trata del conjunto de medios cuyo ejercicio favorece la unión
    con Dios a través de la `oración incesante´, la
    continua memoria de Dios (mneme Zeoú ).
    La invocación
    del nombre de Jesús, ya explícitamente, ya implícitamente,
    por ejemplo, al decir Señor, se encuentra bien documentada
    en los testimonios que tenemos de los medios monacales de esos tiempos.
    Pero, aun cuando en un sentido amplio se puede hablar con toda razón
    de que esas invocaciones o referencias son una plegaria a Jesús,
    no se trata todavía de la fórmula establecida que se conoce
    como la `oración a Jesús´. Es también en
    el siglo IV que se descubren testimonios fidedignos del uso de la aclamación
    Kyrie eleison (¡Señor, ten piedad!) en la liturgia. No
    es posible medir su influencia en los medios monacales, pero, sin duda,
    es un dato a ser tenido en cuenta.
    Los diversos elementos
    estaban allí. Con toda seguridad fueron usados libremente, pero
    el desarrollo sistemático de `la oración´ tomaría
    aun cientos de años.

    La
    invocación del nombre del Señor




    Son muchos
    los Padres del desierto que parecen recomendar invocaciones semejantes
    a lo que sería finalmente la `oración a Jesús´.
    Un tal Macario, cuya precisa identidad todavía se discute, aunque
    algunos piensan que vivió en el siglo IV, sería uno de
    ellos. Diversas sentencias, escritos, y `cincuenta homilías´
    son atribuidos al tal Macario sin que los expertos terminen de ponerse
    de acuerdo sobre la identidad del autor o autores ni sobre el alcance
    de las atribuciones. En el Ciclo copto de apotegmas de Macario
    (¿s. VII-VIII?) se puede leer: «Bienaventurado aquel que persevera,
    sin cesar y con contrición del corazón, en el nombre de
    Nuestro Señor Jesucristo». Y, en una enseñanza que parece
    ir más allá de la mera plegaria `monológica', se
    recomienda «poner atención en el nombre de Nuestro Señor
    Jesucristo cuando tus labios están en ebullición para
    atraerlo, pero no trates de conducirlo a tu espíritu buscando
    parecidos. Piensa tan sólo en tu invocación: Nuestro Señor
    Jesús, el Cristo, ten piedad de mí».
    Según el
    mismo Ciclo copto, Macario le habría aconsejado a Evagrio
    Póntico (345-399), quien al parecer estuvo hacia el 383 en el
    desierto de Nitria y unos años después en el de Las Celdas,
    entre el Cairo y Alejandría, permanecer siempre firme en el Señor,
    «pues no es fácil decir a cada respiración: Señor
    Jesucristo ten piedad de mí; yo te bendigo mi Señor Jesús,
    socórreme». Existen algunos lugares comunes sobre la oración
    entre las sentencias del Ciclo copto y otros escritos atribuidos
    a Macario, salvo la expresa invocación del nombre del Señor
    como en ellas aparece y que por su formulación permitiría
    aceptar una fecha posterior al siglo IV para esas sentencias.
    En un texto atribuido
    a Evagrio se dice: «A cada respiración agregad una sobria invocación
    del nombre de Jesús y la meditación de la muerte y la
    humildad». El mismo texto aparece en un escrito de Hesiquio de Batos,
    del que se hablará más adelante. La opinión de
    Ireneo Hausherr sobre el texto de Hesiquio es que se está ante
    una metáfora, no todavía ante una técnica de respiración
    psico-física. De ser así habría que decir lo mismo
    de los textos del Macario del Ciclo copto y del atribuido a
    Evagrio.
    Diadoco, obispo
    de Fótice (m. c. 468), es partidario de la purificación
    interior por la sanante memoria del Señor Jesús, meditando
    incesantemente en este glorioso nombre en las profundidades del propio
    corazón. En una ocasión enseña: «Si un hombre empieza
    a progresar cumpliendo los mandamientos e incesantemente llamando al
    Señor Jesús, entonces el fuego de la gracia divina lo
    impregnar», incluso a los sentidos exteriores del corazón». En
    otro pasaje afirma: «El intelecto, cuando hemos cerrado todas sus salidas
    por el recuerdo de Dios, exige, absolutamente, una actividad que ocupe
    su diligencia. Se le dará entonces el `Señor Jesús´
    por única ocupación y para que responda por entero a su
    fin». Las condiciones ascéticas y morales como requisito para
    el `ejercicio del Nombre´ se perciben, por ejemplo, cuando dice: «Si
    el alma es turbada por la cólera, oscurecida por los vapores
    de la ebriedad, o atormentada por una tristeza malsana, el intelecto
    no será capaz de convocar la viva memoria del Señor Jesús,
    ni forzándolo».
    Aun cuando Diadoco
    no parece conocer la fórmula de la `oración´, sus
    reflexiones sobre el uso del nombre del Señor, así como
    su teología bautismal por la que el hombre recupera la plenitud
    de la imagen, y la cooperación a la gracia para alcanzar la semejanza
    perdida y la unidad de su ser, constituyen pasos que van haciendo el
    ambiente para el nacimiento de la `oración´.
    Barsanufio, el egipcio,
    y Juan de Gaza (s. VI), de quienes conservamos sus cartas espirituales,
    plantean una estrategia ascética para combatir los malos pensamientos
    mediante el recurso al nombre de Jesús, ya que el mejor medio
    de lucha es confiar, desde nuestra impotencia, en Aquél que nos
    da la victoria: «Cuando durante la salmodia, la oración o la
    lectura, te viene un mal pensamiento, no le prestes atención
    sino más bien concéntrate más en la salmodia, la
    oración o la lectura. Si el mal pensamiento persiste esfuérzate
    en invocar el nombre del Señor y el Señor te auxiliará
    y suprimirá las astucias de los enemigos». Y en otra ocasión:
    «cuando el ardor de la batalla aumenta, también tú aumenta
    tu fuerza clamando: `¡Señor Jesucristo! ¡Tú ves mi debilidad
    y mi aflicción, ayúdame y líbrame de quienes me
    persiguen (Sal 142, 6); a Ti acudo para refugiarme (Sal
    143, 9)!'». Al hablar de la dispersión de la mente, se lee que
    uno debe recogerse diciendo: «Señor, perdóname en consideración
    del santo nombre». A pesar de las características que hemos podido
    apreciar, como parece obvio, aún no estamos ante la fórmula
    que luego cristalizará sino ante una devoción oracional
    al nombre del Reconciliador.

    La
    fórmula oracional




    La primera
    evidencia irrecusable de una versión de la `oración
    a Jesús´
    se descubre en la Vida de San Dositeo, discípulo
    de Doroteo de Gaza (s. VI-VII), quien a su vez fue entrenado por Barsanufio
    y Juan. La biografía de Dositeo establece que Doroteo le transmitió
    la fórmula que repetía incesantemente: «Pues él
    (Dositeo) vivía en continua memoria de Dios. (Doroteo, su padre
    espiritual) le había transmitido la regla de que siempre debería
    repetir estas palabras: `¡Señor Jesucristo, nuestro Dios, ten
    piedad de mí! ¡Hijo de Dios, sálvame!' Por lo cual decía
    continuamente esta oración. Cuando enfermó, él
    (Doroteo) le dijo: `Dositeo, no descuides tu oración. Asegúrate
    que no abandones tu oración». Ya en este momento se puede afirmar
    que estamos ante una fórmula de la `oración a Jesús´,
    aunque todavía falta madurar algo más.
    Conviene, también,
    traer a colación el testimonio de Filemón, de cuya vida
    no sabemos prácticamente nada, así como del tiempo en
    que vivió, aunque se puede estimar que fue hacia mediados del
    siglo VI. Filemón usó la `oración´, aunque
    sin llamarla de una manera específica. Veía en ella un
    buen medio para concentrarse evitando la disipación interior,
    así como un camino para mantener la memoria de Dios. Al recomendar
    un camino espiritual a un hermano, le dice: «Ve, practica la sobriedad
    en tu corazón, y en tu pensamiento repite sobriamente, con temor
    y temblor: `Señor Jesucristo, ten piedad de mí´». En otra
    ocasión amplía la fórmula: «Señor Jesucristo,
    Hijo de Dios, ten piedad de mí».
    Así, paso
    a paso, vamos llegando a la Carta a los monjes del pseudo-Crisóstomo
    que, aunque difícil de fechar con exactitud, podría ser
    de este tiempo o algo después. En ella el anónimo autor
    opta por una única forma para ser incesantemente repetida: «Señor
    Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador». La clave
    de esta aproximación se centra en la memoria y el corazón,
    punto de anclaje de la atención. Es allí donde debe acogerse
    el nombre del Señor. «Permanece en tu corazón clamando
    el nombre del Señor Jesús para que el corazón se
    fije profundamente en el Señor, y el Señor en el corazón,
    y los dos sean uno». Así, pues, habiendo sido fijada una fórmula,
    aún queda cierto trecho que recorrer antes de llegar a la metodología
    psico-física del monje de origen latino, Nicéforo, del
    siglo XIII.

    San
    Juan y Hesiquio




    San Juan Clímaco
    (580-650), vivió en el desierto del Sinaí, a las faldas
    del monte de Moisés, Jebel Musa. San Juan es ampliamente conocido
    por su `Escalera del Paraíso', que aún hoy es leída,
    durante la Cuaresma, en los monasterios ortodoxos. Es una obra muy popular
    también entre los laicos. En su obra, un indiscutible clásico
    espiritual de todos los tiempos, recomienda «que la memoria de Jesús
    está unida a tu respiración». Foco difusor de la `oración
    a Jesús´
    , juntamente con Gaza —Palestina—, es el Sinaí.
    Allí, en un monasterio, fue abad San Juan Clímaco. En
    su `Escalera´, sin embargo, la fórmula de la `oración´
    no excluye otras variables. A estas alturas aún es la plegaria
    monológica, con diversidad de contenidos según las necesidades,
    la que se encuentra como el elemento clave del método hesicasta
    —espiritualidad del reposo— , del cual es magnífico exponente
    San Juan Clímaco.
    Las dos centurias
    `Sobre la sobriedad y la oración´, atribuidas a Hesiquio
    de Batos (s. VII-VIII), constituyen uno de los más importantes
    testimonios del ejercicio del santo nombre de Jesús. Una y otra
    vez vuelve sobre el mismo tema quien escribe bajo el nombre de un higúmeno
    del monasterio de Batos, en el Sinaí. En la obra se va delineando
    un método, no sólo de hacer oración, sino de disciplina
    espiritual. La meta es recobrar la belleza y justicia original del alma.
    La sobriedad y la atención se intercambian en el marco de una
    estrategia de lucha contra los malos pensamientos. La humildad, la atención,
    la resistencia al mal y la oración son condiciones para la batalla
    espiritual. La búsqueda de la pureza de corazón y la memoria
    de los propios pecados permiten recibir la ayuda del Señor. «El
    recuerdo y la invocación ininterrumpidos de Nuestro Señor
    Jesucristo producen en nuestro interior un estado divino, a condición
    de que no seamos negligentes en la constante oración a Cristo,
    en la sobriedad perseverante y en la obra de la vigilancia. En todo
    tiempo sea así como invocamos a Jesucristo, Nuestro Señor,
    clamando con un corazón ardiente para entrar en comunión
    con su santo nombre, manteniéndolo como una chispa en nuestro
    corazón. Pues la constancia, en la virtud como en el vicio, engendra
    al hábito; y el hábito es como una segunda naturaleza»,
    escribía Hesiquio casi al final de su primera centuria revelando
    la inmensa importancia que daba a la invocación del santo nombre.Pero,
    inspirándose en San Juan Clímaco, Hesiquio parece ir más
    lejos, al punto de haber servido de fundamento, o al menos de referencia,
    para las técnicas psico-físicas que aparecerán
    después. «A la respiración de tu nariz une la atención
    (nespis) y el nombre de Jesús». «Verdaderamente feliz
    es el hombre en quien la `oración a Jesús´ se prende al
    poder del pensamiento y lo llama continuamente en su corazón,
    así como el aire está unido con nuestros cuerpos y la
    llama a la mecha de la vela». A pesar de lo que parece implicar, lo
    impreciso aún del lenguaje no permite afirmar con total seguridad
    que lo que propone Hesiquio sea una coordinación de los ritmos
    respiratorios con la `oración´. De ser así habría
    que hacer retroceder la fecha del método psico-somático
    del siglo XIV a este tiempo en que vivió este monje sinaíta.

    Svjatocha


    El asunto de
    la fijación de una fórmula oracional que mencionando el
    nombre del Señor Jesús sea a la vez una confesión
    de fe en su divinidad, un reconocimiento de las propias culpas, y un
    pedido de misericordia se ha ido abriendo camino en los ambientes monacales
    de Africa y Asia Menor. Desde esos antiguos tiempos hasta el nuestro
    irá haciendo fortuna el ejercicio espiritual del nombre de Jesús,
    particularmente entre los cristianos orientales, bizantinos y rusos
    en especial. Para encontrar un testimonio de su presencia en Rusia no
    es necesario esperar a la difusión efectuada por Nilo Sorskii
    (1433-1509), ni a la traducción eslava de la Filocalia
    (Dobrotolubiye) por Paisij Velichkovsky (1722-1794), o las versiones
    del siglo pasado de Ignacio Briantchaninov (1807-1867) o de Teófano
    el Recluso (1815-1894). Es interesante señalar que ya hacia principios
    del siglo XII hay un testimonio de un monje ruso conocido como Svjatocha
    (o Sviatosa), que en el mundo habría sido un tal príncipe
    Nicolás. De él se ha dicho: «Nadie nunca lo vió
    ocioso. Siempre tenía las manos ocupadas en algún trabajo
    manual. Y en todo momento sus labios repetían: `Señor
    Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí».
    El
    método psico-físico




    En este punto
    habría que referirse a un higúmeno de Constantinopla,
    una de las más notables figuras de su tiempo, Simeón,
    el nuevo teólogo (949-1022), particularmente a un tratado que
    corre bajo su nombre, pero que la moderna crítica atribuye a
    un monje del monte Atos llamado Nicéforo el Hesicasta o el Solitario,
    quien se cree que vivió en el siglo XIII y XIV, y que de ser
    este el caso, habría sido maestro de Gregorio Palamas, Arzobispo
    de Tesalónica (c. 1296-1359).
    En las obras auténticas
    de Simeón, no parece haber evidencia de ideas como las que se
    descubren en el referido tratado aunque sí se percibe un acentuado
    cristocentrismo que lo podría haber predispuesto a la práctica
    de la `oración´ que, según testimonios, de alguna
    manera practicó. Hay quien considera los escritos de Simeón
    y su concepción de la vida mística como un puente entre
    los Padres y los monjes del desierto y los hesicastas de siglos posteriores.
    Independientemente
    de la identidad del autor, la obra que interesa es: `Tres métodos
    de atención y oración´
    . El título es descriptivo.
    Descartando los dos primeros, presenta el tercero: el método
    hesicasta. Está precedido por la obediencia del corazón,
    y la constante presencia de Dios en la conciencia, estableciendo rectas
    relaciones con Dios, el padre espiritual, los demás hombres y
    las cosas. Insistiendo en la necesidad de estar libre de toda preocupación,
    con la conciencia tranquila y sin atadura pasional alguna, se debe:
    «mantener la atención dentro de sí mismo, en el corazón.
    Mantener la mente ahí (en el corazón), tratando por todo
    medio posible de encontrar el lugar donde está el corazón,
    para que una vez hallado, la mente se centre en él», y así
    «manteniendo la mente en atención, mantener a Jesús en
    el corazón, esto es, su oración: `Señor Jesucristo,
    ten piedad de mí´». Esta oración sería la base
    de toda la vida espiritual, pues es particularmente apta para superar
    la desintegración interior, domar las pasiones, conquistar la
    humildad y andar en presencia de Dios.
    En el tercer método
    de `Tres métodos de atención y oración´,
    claramente se pueden notar dos ejercicios y una técnica psico-física
    que aspira a la liberación de las pasiones y al recogimiento
    interior, favorecidos por las técnicas corporales. Por lo que
    se ha venido viendo parece claro que la `oración´ no requiere
    necesariamente de técnicas corporales externas, aún cuando
    para el pseudo-Simeón aparezcan íntimamente vinculadas.
    Estos planteamientos
    son semejantes a los del referido Nicéforo en un escrito, al
    parecer, definitivamente suyo: `Sobre la sobriedad y la guarda del
    corazón´.
    En él dice: «Tú sabes que tu respiración
    es la inhalación y exhalación de aire. El órgano
    que sirve para esto son los pulmones que están alrededor del
    corazón. Así que el aire que pasa por ellos envuelve al
    corazón. Es así que la respiración es una vía
    natural al corazón. De modo que habiendo recogido tu mente en
    ti mismo, condúcela por el canal de la respiración por
    el que el aire llega al corazón y, juntamente con el aire inhalado,
    fuerza a tu mente a descender al corazón y permanecer ahí».
    Más adelante dice Nicéforo: «Además, debes saber
    que cuando tu mente queda firmemente establecida en el corazón,
    no debe permanecer en silencio y sin hacer nada, sino que debe repetir
    constantemente la oración: `¡Señor Jesucristo, Hijo de
    Dios, ten piedad de mí!´, y nunca cesar. Pues esta práctica,
    manteniendo la mente libre de sueños, la vuelve evasiva e impenetrable
    a las sugestiones del enemigo y cada día la conduce, más
    y más, a amar y anhelar a Dios». Si Nicéforo el Solitario
    es autor también del tratado `Tres métodos de atención
    y oración´
    , la fecha de éste tendría que llevarse
    hasta fines del siglo XIII, o las primeras décadas del XIV.

    Fase
    atónita




    Hasta acá
    el desarrollo del método se ha venido presentando, salvo algunos
    adelantos como las referencias al pseudo-Simeón y a Nicéforo,
    desde la llamada `fase sinaíta' de la oración hesicasta.
    El paso a la `fase atónita´ —en referencia al monte Atos— se
    dará a través de Gregorio el sinaíta (1255-1346),
    quien aprendiéndola en el monte Sinaí, profundizándola
    con el anacoreta Arsenio, en Creta, la lleva al monte Atos donde se
    produce una renovación de la vida interior. Gregorio es considerado
    el restaurador del hesicasmo y de la oración incesante en Atos.
    Sus consejos tienen un carácter práctico y presentan el
    método con magistral claridad: «Colócate en un asiento
    o incluso en un lecho, curva la espalda, inclina la cabeza sobre el
    pecho, recoge tu espíritu y enciérralo en tu corazón
    y fija toda tu atención. Repite entonces de una manera continua,
    ya de viva voz, ya mentalmente esta invocación: `Señor,
    Jesucristo, ten piedad de mí´o `Jesús, Hijo de Dios, ten
    piedad de mí´ (a la que algunos añaden «pecador» como
    culminación). Vigila bien que el espíritu no se escape
    de tu corazón, evita cuidadosamente todo pensamiento extraño
    (sus avisos se extienden a la presencia de colores, imágenes
    o formas, advirtiendo especialmente contra la imaginación-fantasía),
    aunque fuera noble y excelente, pues te distraería del pensamiento
    de Dios. Para ello retarda el ritmo de la respiración». En Atos
    la fórmula, empleada por los monjes en Gaza y en el Sinaí,
    quedará fijada y vinculada a ejercicios psico-somáticos,
    en el marco, para entonces ya tradicional de la purificación
    del corazón, la lucha contra las pasiones y el recogimiento en
    Jesucristo.
    Sin embargo, un
    contemporáneo suyo, Máximo Kausokalybe, varía un
    tanto la fórmula repitiendo también, junto al nombre de
    Jesús, una invocación a Santa María. No obstante
    que para este tiempo no había ya la total libertad que se ha
    visto en siglos pasados, aún parece darse una relativa libertad
    en la elaboración de la fórmula, siempre y cuando incluya
    la invocación a Jesús, a la que, siguiendo la `teología
    del nombre´, se otorga un singular poder. Sin embargo no es conveniente
    —según sostiene Gregorio el sinaíta— cambiar con frecuencia
    la fórmula de la plegaria .
    Se hace necesario,
    también, mencionar al famoso teorizador de la `oración
    del corazón´ Gregorio Palamas (1296-1359), a quien la Iglesia
    oriental venera como un gran santo. Fue un entusiasta del hesicasmo,
    que con él alcanza gran difusión. Sus enseñanzas,
    de alto vuelo teológico, conocidas como «palamismo», luego de
    recibir un rechazo inicial de la Iglesia bizantina, fueron apoyadas,
    principalmente por el Sínodo de Constantinopla de 1351, divulgándose
    ampliamente. Quien llegara a ser Obispo de Tesalónica, sufrió
    los embates del monje Barlaam, un platonizante anti-místico,
    cuestionador del hesicasmo. La llamada `polémica palamita´ sirvió
    para esclarecer los alcances del movimiento hesicasta y para dotar a
    lo que se podría denominar como neo-hesicasmo de una profunda
    fundamentación teológica.
    Por último,
    una breve referencia a Calixto II, Patriarca de Constantinopla, e Ignacio,
    monjes del monasterio Xantopulos del monte Atos (s. XIV), autores de
    Direcciones para los hesicastas, en cien capítulos. Se
    trata de un tratado instructivo, para novatos, lleno de pormenorizadas
    orientaciones para poner los medios, con la ayuda y gracia de Dios,
    que lleven a responder a la economía de Cristo, despojándose
    del viejo Adán y revistiéndose con el nuevo hombre espiritual.
    El texto muestra como su núcleo las enseñanzas de Nicéforo
    sobre: «El método de ingresar al corazón por la atención
    mediante la respiración,untamente con la oración: `Señor
    Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí´». Resulta significativo
    que las instrucciones cubren una variedad de aspectos constituyendo
    al mismo tiempo un tratado de la teología de la oración
    y también un plan de vida para el hesicasta. Los esfuerzos por
    demostrar los antecedentes de `la oración´ propuesta en
    San Juan Crisóstomo, San Juan Clímaco y Hesiquio, entre
    otros, son notorios.
    Algunas
    precisiones más



    El contexto de la
    oración a Jesús es la fe. El obispo griego-ortodoxo Kallistos
    Ware, sostiene: «El Nombre es poder, pero una repetición puramente
    mecánica, por sí misma, es incapaz de lograr algo. La
    Oración a Jesús no es un talismán mágico.
    Como en todas las operaciones sacramentales, se requiere que el hombre
    coopere con Dios a través de su fe activa y su esfuerzo ascético.
    Estamos llamados a invocar el Nombre con recogimiento y vigilancia interior,
    manteniendo nuestra mente en las palabras de la Oración, conscientes
    de a quién nos dirigimos y quién nos responde en nuestro
    corazón». Este autor contemporáneo, conocedor del entusiasmo
    por las disciplinas orientales del mundo hodierno, dice enfático
    que la `oración a Jesús´ «no es un instrumento
    para ayudarnos a concentrarnos o relajarnos. No es simplemente una parte
    de un `yoga cristiano´, un tipo de `meditación trascendental´
    o un `mantra cristiano´... es una invocación dirigida a otra
    persona: Dios hecho Hombre, Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor».

    Kallistos Ware insiste
    en el carácter secundario que la tradición hesicasta otorga
    a las técnicas psico-físicas, resaltando la centralidad
    de la `oración del nombre de Jesús´, de la `oración
    del corazón´ (de la mente en el corazón), que como verdadero
    don de Dios no está ligada a técnica alguna. Sin embargo,
    partiendo de la concepción de la unidad del ser humano, afirma:
    «El cuerpo no es sólo un obstáculo que sobrepasar, una
    protuberancia de la materia a ser ignorada, sino que tiene un rol positivo
    que jugar en la vida espiritual y está dotado con energías
    que pueden ser encauzadas para el trabajo de la oración». Sería,
    pues, sólo como una ayuda para la concentración en
    `la oración´
    que el método neo-hesicasta emplea las
    posturas corporales, el sincronizado ritmo respiratorio y la concentración
    cordial.
    Según hemos
    visto, la `oración a Jesús´ responde a un largo
    proceso que se extendería desde los ambientes del monacato primitivo,
    hacia el siglo IV, hasta nuestros días. Baldomero Jiménez
    Duque afirma que: «en el Oriente cristiano se llega así a un
    método de orar, al margen de lo estrictamente litúrgico,
    con una estratificación a ultranza, que comporta sus ventajas
    y sus riesgos». En verdad se trata de todo un método con sus
    ejercicios y disposiciones preparatorias; con sus grados: vocal, mental,
    cordial-espiritual; con una teología subyacente, y con una clara
    meta: la unión con Dios, descrita como «zeosis», deificación.

    La
    oración a Jesús en Occidente




    Si bien la
    difusión en occidente de la `oración´ se ha producido,
    principalmente, a través de las sucesivas ediciones de los `Relatos
    de un peregrino ruso´
    , y de las traducciones de la `Filocalia´,
    selección de textos sobre la `oración a Jesús´
    y el hesicasmo, hay algunas anotaciones finales que hacer.
    No parece equivocarse
    el trapense Basil Pennington cuando afirma: «la expresión oración
    a Jesús
    es un paraguas que cubre una variedad de métodos».
    Habría una sencilla práctica devocional de repetir el
    nombre del Señor. También se daría el uso de jaculatorias
    con amplia libertad. Y finalmente el método fijado por el neo-hesicasmo
    con la fórmula y las prácticas psico-físicas, en
    diverso grado.
    En relación
    a lo primero, en occidente existe también una gran devoción
    al nombre de Jesús. San Ambrosio de Milán (333-397), San
    Agustín de Hipona (354-430), San Pedro Crisólogo (c.406-450),
    San Beda el Venerable (673-735), son tempranos testigos de ello. En
    los siglos XI y XII, San Anselmo de Cantorbery (1033-1109) y los autores
    de la escuela cisterciense expresan frecuentemente una afectiva devoción
    al nombre del Señor Jesús. También los franciscanos,
    tras las huellas de San Francisco de Asís (1181-1226), manifiestan
    una notable piedad hacia el nombre de Jesús. Las `fraternidades
    de Jesús´ o del `Buen Jesús´, son un testimonio más.
    El apasionado místico inglés Ricardo Rolle (1300-c.1349)
    y el Beato germano Enrique Suso (c.1295-1365) difunden con sus escritos
    la devoción al nombre del Señor. Esto ocurre en el mismo
    siglo en que, al parecer en Suecia, surgió una «orden del Nombre
    de Jesús». Un testimonio particularmente significativo es la
    difusión hacia el siglo XIV del `Anima Christi´ con la
    invocación `¡Oh buen Jesús, óyeme!'. En el siglo
    XV, bastaría citar a San Bernardino de Siena (1380-1444), el
    famoso predicador franciscano que difundió, en medio de polémicos
    esclarecimientos, la devoción al santo nombre de Jesús,
    que gustaba representar con el trigrama IHS, desarrollando la `h´ en
    forma de cruz. En el mismo siglo la Iglesia, con la intervención
    del Papa Sixto IV (del 1471 al 1484), aprobó la fiesta del Santo
    Nombre de Jesús que, aunque en forma restringida, aún
    se celebra hoy.
    Más adelante,
    y por si fuera poco, Fray Luis de León (1527-1591), en su clásico
    `De los nombres de Cristo', culmina su enumeración de
    los nombres del Señor con: Jesús. En el marco de
    una `teología del nombre', el preclaro agustino del Siglo de
    Oro español, escribe: «El nombre de Jesús... es el propio
    nombre de Christo, porque los demás que se han dicho hasta agora,
    y otros muchos que se pueden dezir, son nombres comunes suyos, que se
    dicen dél por alguna semejança que tiene con otras cosas
    de las quales también se dizen los mismos nombres». Otro agustino
    español, el valenciano Jerónimo Cantón (1555-1636),
    escribió hacia principios del siglo XVII una obra titulada `Excelencias
    del Nombre de Jesús, según ambas naturalezas´
    , por
    encargo de una cofradía de Tarragona, dedicada al Santísimo
    Nombre de Jesús. Estas pocas referencias —entre las muchas que
    se podrían mencionar— dan una idea suficiente de la explícita
    importancia devocional que en occidente se le ha venido dando al nombre
    del Señor Jesús.
    La oración
    mediante jaculatorias es conocida en occidente, por lo menos, desde
    tiempos de San Agustín y Casiano, como se ha señalado.
    Las aspiraciones o piadosas invocaciones que elevan a la persona a Dios
    y recuerdan su presencia forman parte de la espiritualidad carmelitana,
    entre otras. Al presentar los Abecedarios espirituales de uno
    de los grandes maestros de la oración aspirativa en el Carmelo,
    Juan Sanz (1557-1608), el estudioso carmelita Rafael López Mélus,
    escribe: «La oración de jaculatorias nació, sobre todo,
    por obra de San Agustín, pero es la Orden del Carmen quien parece
    se ha apropiado de ella, y trabaja por llegar a la cumbre practicándola
    y dándola a conocer entre las almas». La tradición oriental
    traída por Casiano se mantuvo a lo largo de los siglos en medios
    monásticos y piadosos. Por ejemplo, la hermana Kunne Ginnekins
    (m. 1398), discípula del fundador de la `Devotio Moderna',
    Gerardo Groote (1340-1384), repetía incesantemente esta o una
    jaculatoria similar: «¡Querido Señor Jesús, cuándo
    vendrás a mi casa?» En su larga agonía, hay testimonios
    que así lo indican, San Francisco Javier (m. 1552) repetía
    incansable: `¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!
    ¡Oh Virgen, Madre de Dios, acuérdate de mí!'. La oración
    por jaculatorias y aspirativa ha sido muy alabada y alentada en un receptivo
    occidente. Habría incluso que decir que la vida espiritual en
    occidente, a lo largo de los siglos, está regada de oraciones
    breves y fervientes.
    El padre Hausherr,
    en su obra El Nombre de Jesús, refiere algunos datos,
    verdaderamente inverosímiles, de unos campeones occidentales
    de la oración por jaculatorias en este siglo XX. El jesuita William
    Doyle que apuntaría a cien mil (sic) repeticiones diarias, superado
    por un lasallista, el hermano Mutien-Marie, de quien se decía
    efectuaba unas trescientos setenta mil (sic) aspiraciones al día.
    Juan Bautista Reus (m. 1947), otro jesuita, quizá siguiendo tradiciones
    que se remontan al tiempo del fundador San Ignacio de Loyola (1491-1556)
    o atento a las orientaciones del quinto General de la Compañía
    de Jesús, el napolitano Claudio Aquaviva (1545-1615), quien recomendaba
    «volar mentalmente hacia Dios por medio de frecuentes aspiraciones y
    así encontrar a Dios presente en todo lugar», repetía
    unas doce mil veces al día la jaculatoria: «Jesús, José
    y María». Obviamente no se trata de una competencia, pero estos
    testimonios, más allá de las asombrosas cifras, claramente
    dejan sentado que también en occidente se practica el ejercicio
    de breves oraciones dirigidas a Dios como saetas de amor, en cuya trayectoria
    surgió la `oración a Jesús´.
    En relación
    a la práctica de ejercicios corporales en la oración,
    basten dos testimonios. El primero es de Santo Domingo de Guzmán
    (1170-1221), de quien se recogen, en Las nueve maneras de orar de
    Santo Domingo
    , diversas posturas y ejercicios corporales para favorecer
    la oración. Por la coincidencia con el tema de la `oración´
    recogemos parcialmente un relato del Segundo modo de orar. «También
    Santo Domingo con frecuencia solía rezar echándose al
    suelo, el cuerpo estirado y apoyada la cara sobre el piso. Entonces
    con el corazón compungido decía las palabras del Evangelio,
    a veces lo suficientemente alto como para ser escuchado, `Señor,
    ten piedad de mí pecador´». No era la única cita que usaba,
    ni tampoco era la única postura que asumía en oración.
    El otro testimonio es el de San Ignacio de Loyola, quien en sus Ejercicios
    espirituales
    da diversas orientaciones sobre varias posturas corporales,
    ambientes, uso de potencias, y ritmos respiratorios. Así, por
    ejemplo, sobre esto último dice: «El tercero modo de orar es,
    que con cada un anhélito o resollo se ha de orar mentalmente
    diciendo una palabra del Pater noster o de otra oración que se
    rece, de manera que una sóla palabra se diga entre un anhélito
    y otro».
    El ejercicio de
    la `oración a Jesús´ del neo-hesicasmo, con las
    características con que se ha venido dando en el oriente no se
    ha dado en occidente, salvo como un trasplante en los últimos
    tiempos. Sin embargo, los elementos que aparecen bajo ese amplio `paraguas´
    que es la `oración´, la devoción al nombre de Jesús,
    la práctica de jaculatorias, incluso incesantemente repetidas,
    y la intervención de ciertos ejercicios corporales en la oración,
    sí se encuentran en la tradición occidental, aunque no
    con idénticas características que en aquella tradición
    que nació y se fortaleció en tierras de Egipto, Palestina,
    Siria y Grecia.




    Oración
    del Nombre de Jesús







    Preparación
    remota



    1. Vida cristiana
    activa en la Iglesia.
    2. Obediencia y
    pureza de mente y corazón.
    3. Tranquilidad
    de conciencia.
    4. Humildad.
    Preparación
    inmediata



    1. Relajación
    del cuerpo, asumiendo la postura más adecuada.
    2. Calmar toda emoción.
    3. Eliminar toda
    actividad mental discursiva o imaginativa.
    4. Recogerse en
    el interior.
    5. Ponerse confiadamente
    en la presencia de Dios.
    6. Implorar la ayuda
    del Espíritu Santo (1Cor 12, 3).

    Cuerpo


    1. Concentrar
    la atención en el lugar del corazón, manteniéndose
    en paz y en reverencia.
    2. Al ritmo de la
    respiración (inspiración-espiración) repetir (oral
    o mentalmente) por un determinado número de veces: «Señor
    Jesucristo, Hijo de Dios,/ ten piedad de mí, pecador». En todo
    momento deberá mantenerse un reverente y vigilante recogimiento.
    REC. FÁTIMA
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      Fecha y hora actual: Jue Mayo 02, 2024 2:57 am